Se ha comprobado que manipulando ciertas zonas alejadas del cuerpo, se podría influir sobre ciertos órganos de nuestro cuerpo. Todo esto es una hipótesis que todavía no está aclarada científicamente, aunque los resultados obtenidos con técnicas como la reflexología podal son positivos y veraces.
Hace 5.000 años, aparecen escritos en la antigua China y en la India, indicando el tipo de tratamiento a distancia que hoy se conoce como digitopuntura, aunque no sigue un rumbo parecido a la técnica de reflexología que aquí vamos a estudiar, se aplica el mismo concepto, trabajar a distancia para llegar a la curación. Así mismo, aproximadamente hace 2.000 años existen grabados en Egipto, donde se está realizando masaje podal.
Ya en las épocas del Renacimiento (1500-1571) un escultor florentino (Cellini) que padecía de fuertes dolores se curó mediante masaje en las zonas de los pies, esto aparece en escritos de esta época.
El personaje que desarrolló, investigó y perfeccionó este método fue el Dr. William Fitzgerald, nacido en 1872 en E.E.U.U. , que estudió en 1895 en la Universidad de Vermont, y trabajó posteriormente en Viena. Este médico de profesión especialista en otorrinolaringología editó un libro titulado «Zona – Terapia». Desarrolló y perfeccionó el método de tratamiento a distancia, según el cual manipulando sobre ciertas zonas de la piernas, de los brazos, etc… se puede influir sobre el funcionamiento de determinados órganos de nuestro cuerpo. Se le considera el padre de la reflexoterapia moderna. Murió en Stamford en 1942.
La reflexología podal tiene su base en el conocimiento de la localización de una serie de zonas que se manipulan para, mediante una reacción refleja, restaurar las corrientes energéticas linfáticas y sanguíneas y liberar mediante el masaje una serie de impulsos eléctricos que activan y vitalizan el tono de los órganos sobre los que tienen influencia.
Una de las mayores cultivadoras del masaje zonal, la norteamericana Euníce D. Ingham, sugiere realizarlo mediante presión con el pulgar, imprimiendo un movimiento similar al que emplearíamos para pulverizar un terrón de azúcar con el pulgar de una mano sobre la palma de la otra. Ante todo, es muy importante la posición tanto del masajeado como del masajista. Lo mejor, naturalmente, es que el paciente se tumbe con un cojín bajo las rodillas y el pie posado sobre las rodillas del masajista, el cual debe colocarse en una postura que le garantice la mayor comodidad posible.
El movimiento del pulgar (o de otros dedos) sobre la parte masajeada debe ser lento, profundo y circular. No obstante, antes de comenzar el masaje es conveniente que el masajista se familiarice con cada píe, tomándolo entre las manos y manipulándolo durante al menos un minuto. Al mismo tiempo, el paciente se preparará para la operación relajándose con dos, tres respiraciones profundas.